IvoneGebara

Para Tiempo Latinoamericano 2015

Mi contribución para el centésimo número de la Revista Tiempo latinoamericano será un breve comentario al título que me han propuesto reflexionar. Por la tradición de la Revista la dimensión crítica en los artículos es parte integrante de su opción. Ayudar a pensar, mostrar caminos nuevos o diferentes ha sido el diferencial de su contribución por largos años de vida en América Latina.

Sabemos bien que hablar de dimensión crítica no es cosa simple. Cada grupo reivindica la crítica a su manera y acentúa conflictos entre ellos. Pienso que el análisis crítico implica no solamente analizar la sociedad en la cual vivimos a partir de la perspectiva del bien común pero también incluirse a sí mismo en este análisis. En otros términos, esto quiere decir implicarse como sujeto ciudadano en la misma crítica buscando pautar su vida a lo que se exige y se critica a los otros. De esta forma lo analizado y lo que analiza, lo proponente y lo propuesto se implican mutuamente. En esta línea se puede decir que la racionalidad y el compromiso que se exige para analizar la sociedad en que vivimos es también exigida para analizar a sí mismo y asumir la responsabilidad por el cambio de actitudes y direcciones. La sociedad soy también yo y por esos criticar a “nosotros” y cuidar de “nosotros” exigen una  reciprocidad de responsabilidades. Es en esta línea que quiero pautar mi reflexión.

1. Lo genérico femenino

La primera cosa a hacer en este percurso reflexivo es pensar sobre la primera parte del título, o sea, “el papel de la mujer”. Empiezo por afirmar que ‘la mujer’ de la cual se busca afirmar ‘el papel’ no existe pues el genérico femenino no existe. Existen mujeres de diferentes tipos, culturas, tiempos, edades y compromisos. El título genérico parece tomar las mujeres como un abstracto o como un concepto general sin ubicarlas en el tiempo, en el espacio, en las diferentes culturas y grupos de pertenencia. Tampoco  las ubica en clases sociales y otras variables importantes para identificar el grupo social desde donde viven, aunque en la segunda parte del título se las ubica en las Iglesias. Aquí también tenemos que reflexionar críticamente… De que Iglesias se habla?

La primera parte del título llama nuestra atención y nos invita a que salgamos de las reflexiones genéricas sobre ‘la mujer’, reflexiones que incurren en un risco de tomar los problemas abstractamente. Esta es la manera más superficial de tratar un problema porque los pensamientos desarrollados no siempre coinciden con una observación realista de las personas, de sus cuestiones, de sus acciones y de su contexto. No se ve el problema, la reivindicación, la opresión vivida, la pertinencia de la denuncia enunciada. Esta manera genérica revela también el malestar de muchas personas, sobretodo de algunos intelectuales y liderazgos populares, de tocar en este problema porque lo sienten incomodo y porque lo viven como si la cultura actual les obligase a tratarlo. Hay una presión social en relación a algunos temas que se mostró muí fuerte en los últimos años sobre todo en las iglesias y en las políticas. Para ser ‘correctamente libertario’ hay que hablar de la opresión de género, de raza, de la tierra además de la opresión de clase. Hay como una exigencia social que viene de muchos lados y que nos obliga a salir de un “universal” masculino. Me acuerdo de un discurso importante de un teólogo de la liberación que públicamente confesó que no sabía dónde poner “la mujer” en su teología. Confesión humilde y verdadera pues que la teología cristiana ha sido siempre un horizonte masculino donde Dios y Jesús Cristo y sus representantes giran en torno y desde el mundo masculino. Son ellos los constructores del discurso y de las muchas teorías sobre Dios, su Hijo y su Iglesia. De la misma forma construyen su discurso sobre María, la madre de Jesús y el papel de las mujeres a partir de la coherencia con su teoría masculina.

Lo más impresionante en todo eso es que después de más de 40 años de teología feminista en América latina la mayoría de las personas que frecuentan las iglesias no se han dado cuenta de que desde los muchos movimientos de mujeres la sociedad mundial ha cambiado y las teologías están abaladas. Pero, estas personas siguen buscando el papel de la mujer en la Iglesia y solo encuentran a sí mismos y a las referencias de modelos del pasado que ellos siguen sustentando. Es interesante notar que no se hace la pregunta sobre el papel de los hombres (varones) en la Iglesia pues este papel está claro, o mejor siempre ha sido muí claro. Al final como repiten las feministas “si Dios es masculino, entonces el hombre es dios”… Las consecuencias de esta postura son visibles en las iglesias. Aunque hoy tengamos desarrollado muchas suspectas en relación al papel de los hombres en las diferentes iglesias ellos creen que todavía guardan su liderazgo casi intacto. Es raro que hagan preguntas sobre sí mismos y sobre los modelos y contenidos eclesiales que reproducen. O, es raro que se hagan la pregunta sobre el quehacer teológico desde un cuerpo masculino y desde una cultura cristiana que privilegia el masculino. Siguen, aunque con algunas variaciones accidentales, repitiendo los mismos modelos como siguen con la misma dogmática que determinó la teología católica sobre todo a partir del IV* siglo. Desdoblan y actualizan los mismos dogmas creyendo en la inmutabilidad de sus teorías afirmadas muchas veces como revelaciones divinas. No permiten que nuevos vientos y nuevas actoras introduzcan cambios en su manera de ver el mundo, los seres humanos y sus creencias. Aunque aparezcan como críticos del fundamentalismo religioso, los hechos nos llevan a afirmar que ellos son desde sus espacios y comportamientos los primeros fundamentalistas y reproductores de los muchos fundamentalismos religiosos.

2. Retos de la diversidad

En los últimos años hemos escuchado hablar mucho de diversidad. La diversidad de las personas, de las culturas, de las religiones, de las teologías, de las reivindicaciones sociales y políticas. En relación a las mujeres ese discurso es acompañado por una fuerte dosis de individualismo y superficialidad en relación a un ‘nosotras/os”, un colectivo al cual pertenecemos todos. Se habla de humanidad pero a cada día la fragmentamos más. En otras palabras, la mayoría de las personas sigue sin percibir que mujeres y hombres son un “nosotros” más allá de los modelos jerárquicos del pasado, más allá de las muchas teorías sobre ellos. Vivimos en y de esta relación entre nosotros. El presente de la vida contemporánea no cabe más en las maneras de pensar el mundo desde el pasado. Muchas veces, la relación con las mujeres demuestra algo como una condescendencia de las autoridades de las iglesias y de los teólogos en relación a ellas. Hay como que un sentimiento de distancia frente a unas intrusas que quieren ser iguales sin ser… Es como una invitada que llega sin ser invitada. Entonces se intenta poner unas sillas a más, abrir espacios pequeños para abrigar las no invitadas oficialmente, se dirige a ellas unas palabras retóricas cordiales que la educación burguesa religiosa exige. Las no invitadas no usan las vestes exigidas, ni hablan el mismo lenguaje espiritualizado. Esta escena teatral reveladora de mentiras se repite a menudo y no pasa desapercibida de los ojos críticos. Quieren que se crea a su esfuerzo  de solidaridad con lo que pasa en los cuerpos femeninos, se hacen condescendientes y se revisten con una capa epidérmica de comprehensión y cortesías. Pero siguen legislando sobre las mujeres, siguen hablando en su nombre y regulando su cuerpo y su poder en nombre de su Dios. Lo peor es que muchas veces recuperan y promueven a algunas mujeres para que empresten su voz a la voz de obispos, teólogos y curas y hacen con que sus teorías antropológicas y teológicas continúen a ser afirmadas ahora como voluntad femenina.

En muchos lugares de producción y reproducción de la cultura sigue la desconfianza en relación al quehacer teológico de las mujeres. Por ejemplo, mujeres estudiantes de teología en muchos de nuestros países han sido testigos y víctimas de la forma misógina como son tratadas por compañeros de estudios y hasta por profesores. Chistes, falta de atención a sus ideas o reivindicaciones y hasta desconsideración del aporte feminista en los cursos son comunes. Las estudiantes sufren de una violencia velada por el hecho de estar presentes en los ‘lugares sagrados’ reservados prioritariamente a los varones.

El mundo académico confesional pretensamente abierto a las novedades sigue su ritmo misógino y sospechoso en relación a los avances ofrecidos por las mujeres particularmente en filosofía y en teología. La tradicional división social del trabajo ha llenado el mundo de los profesores de teología especialmente del clero marcado por supersticiones teóricas en relación al lugar de las mujeres y esto ha incentivado muchas prácticas misóginas muchas veces disfrazadas en humor. Para muchos una lectura diferente de la teología, o sea, desde las mujeres, parece traicionar la pureza masculina de la tradición que ellos han producido o  reproducido. Se puede admitir que una mujer enseñe teología pero hay que ser la misma teología enseñada por los varones. Al final quieren seguir creyendo que hay una sola teología. Raras excepciones han sido computadas en los muchos centros de educación teológica de nuestro continente.

Los esfuerzos teológicos y bíblicos de las teólogas feministas en América latina fueron muchos y significativos en estos últimos años. Basta consultar la bibliografía publicada por internet para tener una pálida idea. Por ejemplo, la hermenéutica bíblica feminista buscó ir más allá de las lecturas fundadas en el método histórico-crítico o de los métodos llamados científicos mostrando otras formas de entender el texto. Afirmó también la necesidad de salir de la centralidad masculina en la interpretación de los textos y dar lugar a la multiplicidad de actores de una misma historia. Estas novedades han sido vistas con desconfianza. Y esto porque estas lecturas feministas sacan el poder de las manos privilegiadas del clero y de los maestros de teología para ubicarlas desde otros lugares. O sea la Biblia puede ser ahora un texto que inspira mujeres y hombres desde la condición de homosexuales, lesbianas, trans-géneros, heterosexuales, pobres o menos pobres afuera de la tutela del llamado magisterio de la Iglesia. Por supuesto se admiten aquí los riesgos de manipulación o de mala comprensión como algo inevitable. La historia humana es hecha de esa multiplicidad de aproximaciones marcadas por la mezcla que nos constituye. Lo mismo se pasa con las teologías feministas enraizadas en una antropología plural de interdependencia y relacionalidade entre todos los seres y que, por eso presentan una lectura diferente de la herencia cristiana en sus diferentes aspectos y cuestiones.

En la medida que la diversidad y el pluralismo piden el derecho de existir la ‘verdad única’ de la teología mantenida por una elite tiene que abrirse a nuevas interpretaciones. Con eso es invitada también a revisar lo que se entendió por verdad de la fe y verdad del Cristianismo. Esto lleva a admitir que también adentro del catolicismo existe una diversidad de catolicismos que podrían más bien enriquecerse si decidiesen dialogar y aprender unos de otros.

Por todo eso se puede comprender que en la mayoría de estas facultades y escuelas de teología el desarrollo de la teología feminista es bastante limitado así como la conexión con los problemas reales que las mujeres sufren en su cotidiano. Decir eso significa afirmar el poco interés de muchos centros teológicos con cuestiones relativas a la violencia en contra las mujeres o el crecimiento de la pobreza femenina o las cuestiones relativas a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Pero en este último particular el conflicto contra las mujeres es enorme porque  de una parte las alianzas con los grupos conservadores de otras iglesias cristianas así como  el apelo a los principios de respecto a la vida se tornan armas de esa guerra sin fin. Como no quieren tener ningún acceso a la comprehensión del mundo femenino considerado desde su estructura psíquica y social como inferior, no consiguen un dialogo fructuoso en vista de resolución de conflictos y soluciones de problemas. Las conversaciones se cierran cada uno en su mundo y en su lenguaje como si estuviéramos en una nueva Babel. En el fondo, la diversidad de personas, de experiencias, de vivencias en la mayoría de las veces no pasa de una retórica de moda. Se habla de diversidad pero se vive en un individualismo de posiciones o en un dogmatismo colectivo que no permite avanzar en la comprehensión de las diferencias y en la interconexión entre ellas.

Muchas veces para contornar esa ausencia de compromiso se aceptan en las universidades católicas algunos trabajos de tesis de maestría y mismo doctorado que abordan las mujeres como ‘temática’ y, con eso, tienen algo a decir cuando son interpelados por su falta de apertura a las cuestiones feministas. Para ellos las mujeres siguen siendo ‘temática’ en la teología como se podría hablar de los pecados capitales, del limbo o del purgatorio. Todavía no llegaran al estatuto de sujetos, de ciudadanas integrales; son creaturas segundas o de segunda categoría, tentadoras y pecadoras desde el origen pensando aquí en la influencia del mito del “primogénito masculino” de la creación.

 3. En las Iglesias hoy…

 ¿Qué decir de las iglesias hoy como lugares donde la diversidad   humana es vivida? ¿O cómo lugares donde las mujeres tienen su voz y su aporte?

Pienso que no hay una respuesta única. Pero con seguridad hay que decir que cada lugar es un lugar y cada comunidad eclesial es una comunidad. Y en cada lugar y situación los espacios para las mujeres son diferentes. Además muchas de nosotras nos preguntamos ¿que es hoy ‘Iglesia’ para nosotras? O ¿qué Iglesia nos incluye, nos respecta, nos escucha, nos promueve, nos ayuda a ser íntegras en la afirmación de la justicia desde nuestros cuerpos y nuestras circunstancias? ¿Qué Iglesia vive con nosotras otra experiencia de la transcendencia, otro discurso sobre los seres humanos, otra relación a nuestros cuerpos? ¿Qué Iglesia desarrolla la interdependencia real y no solamente discursiva, entre todos los seres subrayando de forma concreta también la diversidad de responsabilidades? ¿Qué Iglesia nos abre espacios de representatividad y de ejercicio de poderes? ¿En qué Iglesia somos de hecho una comunidad de iguales?

Pienso que el concepto mismo de Iglesia tiene que ser rediscutido. Aunque hemos hablado de Iglesia como “pueblo de Dios” desde el Concilio Vaticano II en realidad muchas veces no nos referimos a ella a partir de nosotras/os, pero a partir de la autoridad jerárquica. La Iglesia que queremos mudar es en la mayoría de las veces la Iglesia del clero o de los obispos o de los administradores eclesiásticos que tienen una visión patriarcal y legalista de la tradición de Jesús muí acentuada. Es como si ella fuera algo afuera de nosotras/os y que hasta nos impide de ser lo que queremos y podemos ser. Es una institución casi ‘sobre’ el pueblo o ‘para’ el pueblo y no ‘del’ pueblo y por consiguiente no de las mujeres. Esto no es retorica pero una observación de la realidad donde vivimos y que llamamos Iglesia o Iglesias.

En esta línea de reflexión algunos grupos de mujeres están reflexionando y sobre todo viviendo algo de eclesial más allá de las organizaciones clericales establecidas. Tres, cuatro, diez, doce reunidas desde su espirito personal, su verdad, su contexto, su lealtad con la vida y en el espirito de Jesús y María ya se consideran iglesia. De nuevo nos encontramos con el tema de la diversidad para mostrar que lo que hemos llamado tradicionalmente de Iglesia ya no se sostiene para muchas de nosotras como comunidad de sentido y de sustentación reciproca. Algo nuevo se dibuja en el horizonte latinoamericano y mundial que torna caducas las eclesiologías mantenidas por la visibilidad patriarcal que todavía se llena de aparatos tradicionales para mantener su poder sobre las masas. Ese poder por supuesto no va a desaparecer ahora… pero está enflaquecido y cada vez menos tiene apoyo de los grupos que piensan la vida desde otras referencias. Entre eses grupos se incluyen muchas mujeres que siguen afirmando su dignidad en medio a las contradicciones de nuestras instituciones.

Para concluir…

No han sido pocas las obras literarias y estudios críticos, ni los movimientos sociales y culturales que han mostrado la importancia capital de la lucha de las mujeres en las últimas décadas. Luchas para salir de la opresión y anonimato cultural y político, luchas por igualdad de salarios y por tornarse efectivamente sujetos de derechos a partir de una concepción diferente del derecho. No el derecho patriarcal y jerárquico que protege minorías privilegiadas y torna sus derechos, derechos universales. Pero si, a una concepción plural del derecho personal y colectivo revisado a cada tiempo según las necesidades de los ciudadanos/as.

La lucha de las mujeres sigue adelante tomando formas diferentes y quizás influenciando las iglesias de forma indirecta pues estas todavía resisten a dejar caer el cobertor patriarcal bajo al cual se abrigan. Este cobertor casi se tornó naturaleza para muchos de forma que no pueden concebir algo amorosamente diferente que se expresa afuera de las reglas admitidas como ley divina.

Como canta la gente  en las muchas comunidades populares de nuestro continente, “cambia, todo cambia”  Entonces hay que esperar que cambios más generadores de vida digna puedan ocurrir no solamente con la lucha de las mujeres pero con la renovación de un “nosotros” femenino y masculino, y…, y… en busca del bien común para la tierra y sus millones de formas de vida. (Septiembre 2015)

Obs: A autora é  escritora, filósofa e teóloga.

Este texto expressa exclusivamente a opinião do autor e foi publicado da forma como foi recebido, sem alterações pela equipe do Entrelaços.


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